OCTAVIO ESCOBAR GIRALDO

1851

Octavio Escobar
Giraldo había incursionado en una narrativa despegada de lo regional y local. 
Ahora, con 1851 Folletín de cabo roto (Intermedio Editores 2007), da una giro vertiginoso, mira al pasado familiar y colectivo y conjura esa herencia histórica y cultural tan poderosa que significa proceder de las “duras y austeras montañas de Antioquia donde no es blando ni el paisaje”, para tomar las palabras de otro paisa, Héctor Abad Faciolince (El olvido que seremos). Sí, de la Antioquia que se hizo grande por la hazaña de la colonización y llegó hasta Salamina, Neira, Marmato, Pácora, a explotar minas y fundar pueblos. Por esas breñas profundas, por esos ríos y cañadas se despliega esta obra, construida a la manera de un folletín en 13 entregas mensuales que recorre un año, de septiembre a septiembre, de andanzas, amoríos y emboscadas de campesinos, labriegos y mineros.  
Las bestias, domésticas incorporadas de manera muy sugestiva, tienen también una identidad y un papel en unas aventuras en cuyo horizonte se perfila Don Quijote de la Mancha y en las que la trajinada mula Eulalia, que se enamora, se acongoja, de desgana, no deja de evocar ese caballo fundador, el Rocinante. Es que la intertextualidad que se aprecia, además, en las citas de versos y estrofas de la Memoria del cultivo del maíz en Antioquia de don Gregorio Gutiérrez González, que sirven de epígrafe a cada uno los capítulos, es un recurso que, al igual que en obras suyas anteriores, está presente en Folletín de cabo roto.  
Novela pues de caminos, de dimensión social e histórica, pero centrada en la gesta menor, en los anhelos, ambiciones y frustraciones de un puñado de hombres y mujeres: -“Estas montañas son el futuro, Juan. -Seguramente, pero el mío está embolatado”, es un diálogo conmovedor que refleja el pesimismo de éste muy bien logrado personaje medular que es Juan Escobar.
Una exhaustiva investigación documental y libresca sustenta la tarea de “consulta, paráfrasis y saqueo” –como advierte con fino humor el autor al “desocupado lector”– que dan cuerpo a una novela como ésta, contemporáneamente histórica y definitivamente actual en su factura. A la manera de cierta arquitectura en boga en el siglo XX, y del collage, en pintura, esos documentos, ya sean textos legales sacados de archivos, pasajes autoreferenciales sobre el ars narrativa o definiciones de cualquier tipo aparecen tal cual a la vista del lector y conviven con los incidentes de la trama.  
Pero por encima de todo, obra ambientada en el habla, en el decir de un pueblo. Caldas y Antioquia no son expresadas en el paisaje ni en la geografía sino en su ser verbal: yo no hablo español sino antioqueño podría decirse parafraseando a Gutiérrez González. Es en ese decir, en esa singularísima manera paisa de decir, donde se decide todo, donde toma entidad la forma de sentir y pensar, la cosmovisión de una gente recia que –en medio de una guerra que al promediar el siglo XIX no parecía tener fin, y hoy al despuntar el XXI no da tregua– seguía y sigue dando la batalla. Con todo esto y con la frescura y la liviandad que no suelen ser atributos de la narrativa histórica, Escobar Giraldo ha construido una original y estupenda novela, la mejor, a mi juicio, de su catálogo, y con la cual salda, con creces, una deuda personal.
Valentina Marulanda. Revista Universidad de Antioquia


                                                                                  


Comentarios de:
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